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Fabricando la felicidad
Serie Especial Parte 2


En la primera entrega hablamos del dinero y su importancia, pero también de sus límites y la falsa promesa de casi todo se resuelve teniendo un bojote de cuartos. Pero no hay que ser ni siquiera demasiado inteligente para saber que el aumento de ansiedad y depresión que presentan los niños y jóvenes en los últimos años no tiene que ver con falta de dinero. Pero dejemos a los muchachos tranquilos, que ese es otro tema. Esto solo era para que cayeras en cuenta de que, sin importar que intentemos hacer las cosas bien, hay veces que la vida no coopera.
En esta segunda entrega hablaremos de qué opinan los expertos sobre aprender a fabricar la felicidad, no comprarla.
Si hay algo que el cerebro humano no sabe hacer bien es estar solo. No porque seamos ñoños, sino porque fuimos diseñados para sobrevivir en manada. Para los creyentes, la Biblia lo explica fácil: hasta Dios vio que a Adán le hacía falta compañía. Y desde un punto de vista evolutivo, la conexión social era una herramienta de supervivencia. Al que sacaban del grupo, moría.
Elige bien a tu gente
Hoy por suerte no estamos preocupados de que nos coma un animal en la selva, pero a quien lo afuerean de la sociedad donde vive, le duele bastante. La ciencia lo confirma: la calidad de tus relaciones es uno de los factores más fuertes de felicidad. Incluso tu éxito económico depende muchas veces de si tienes un círculo decente de amigos, de esos que te ayudan, que no son bulteros ni te presionan para malgastar el dinero. Doble beneficio.
No se trata de cuánta gente te sigue en Instagram, sino de si puedes contar con alguien cuando estás atareado, si puedes reír con alguien, o simplemente si sientes que perteneces. Y la falta de conexión no solo afecta la salud mental, sino también que empeora la salud física. Los geriatras saben bien claro que esto aumenta el riesgo de enfermedades crónicas y reduce la esperanza de vida.
Conectados pero solos
Se supone que las redes sociales son para tener cercanía y conexión con tus amigos y el mundo entero, pero muchas veces encontramos lo contrario: empiezas a compararte, a buscar validación de gente que ni te conoce ni le importas, y crear relaciones superficiales con gente que hablas mucho pero no hablas de nada. Por eso, trata de que cuando quieras usar las redes como puente, no termines construyendo una vitrina.
Autarquía
Esta palabra no la usamos mucho (nadie en verdad), pero deberíamos aunque sea conocerla. En este contexto, autarquía es la capacidad de ser autosuficiente emocionalmente. No es hacerse el más fuerte ni el que no necesita a nadie nunca, sino poder vivir en paz sin necesidad de que otro te valide o te aplauda. No es que no quieras cariño, es que si no te lo dan: pues que rueden. Las personas emocionalmente sanas combinan la conexión social con autonomía emocional. Lo uno sin lo otro se convierte en dependencia, no en bienestar.
Pero ya lo tengo todo
Qué bueno, pero el problema ya vemos que no siempre viene de afuera. Es raro pensar que es la configuración de nuestro propio cerebro lo que te la pone más difícil, pero es así. No es que tengas el cerebro dañado, sino que fue diseñado para otra época: una en la que sobrevivir era más importante que ser feliz. No queremos sonar como Elizabeth Silverio pero ahí es donde entran dos cosas a las que hay que prestarle atención: el sesgo de negatividad y la adaptación hedónica.
¿Por qué somos tan negativos?
El sesgo de negatividad es una tendencia natural a prestarle más atención a lo malo que a lo bueno. Recibes cinco piropos y una crítica fuerte, y solo piensas en la crítica. Evolutivamente, esto tenía sentido: el que ignoraba el peligro, moría. Pero hoy nadie se va a morir (aunque se sienta así por dentro). Lo que hace es que veamos los problemas más grandes de la cuenta; que creamos que no estamos logrando nada y que tengamos una visión pesimista de la vida aunque las cosas vayan bien.
Hasta la belleza cansa
Lo dijo José José, pero eso es la adaptación hedónica: una manera fina de decir que cualquier cosa buena a la que nos acostumbramos pierde efecto con el tiempo. Ese celular nuevo, el relojazo, el ascenso, el apartamento con jacuzzi… todo se vuelve normal en semanas o meses. El placer se desgasta. Imagínate que hasta cuando el aficie te dice «te amo» la primera vez tiene un efecto distinto a cuando te lo dice todos los días. Si nunca aprendemos a renovar esa sensación de disfrute, o a apreciar lo que ya tenemos, nos quedamos siempre buscando más.
Engañar al cerebro
Sí porque ya que el cerebro es bruto para eso, habrá que engañarlo. Los expertos del bienestar proponen algunas cosas para engañar el cerebro a conveniencia de uno. Una de ellas es la gratitud intencional, que no es más que reconocer regularmente lo que ya tienes y en lo que te va bien.
Hay otra práctica que puede sonar bastante cursi, pero tiene todo el sentido: la práctica del deleite. Eso es enfocarse en pequeños placeres del día a día: una fruta, un olor, una textura, una mata, un pajarito en la ventana, jugar con un perro ajeno, etc.
Imaginando lo peor
También está la visualización negativa. Esta es más rara todavía pero es una herencia de los estoicos. Tú dirás que no hay necesidad de ser negativo, pero imaginar que perdiste por un momento todo lo que te importa (incluyendo familia), te permite volver a darle el valor que tiene, antes de que sea tarde. Fíjate que el abrazo más fuerte se da cuando crees que a alguien le ha pasado algo.
Hoy no, mañana sí
Otra forma de hackear al cerebro es no darte todos los gustos de un fuetazo. Porque cuando tienes todo fácil, todo pierde el sabor. A veces dejar que las cosas se hagan esperar hace que las disfrutes más. Parte de trabajar la felicidad es recordarle al cerebro que no todo lo que quiere hoy es lo que realmente necesita.
Me ha ido mal
Hay veces que realmente la vida no coopera. La buena noticia es que tenemos la capacidad de fabricar lo que los expertos llaman felicidad sintética, que es la paz que se consigue al afrontar el nuevo camino y dejar de mirar atrás. Hasta la silla vieja de tu abuelo puede ser tu rincón de paz aunque ya no esté él. La felicidad natural es la que sentimos cuando conseguimos lo que queremos, y la sintética cuando hacemos las paces con lo que tenemos.
¿Hay que hacerse el loco?
Según el psicólogo Dan Gilbert, esto no es resignación ni conformismo, ni la capacidad de hacerce el loco, sino una habilidad que se puede aprender. Ver la vida con otros ojos, encontrarle valor a lo que quedó y seguir con la vida. Es más o menos decir «mi realidad es esta y haré lo mejor que pueda con ella».
La pareja se va, pero la vida se queda
Esto se ve clarito cuando hablamos de relaciones. Por ejemplo, después de un divorcio o de perder a alguien, uno puede pasar meses atrapado en el pensamiento de «esto no era lo que yo quería». Y sí, duele. Pero llega un punto donde, si quieres volver a sentir paz, tienes que aprender a cerrarle la puerta al pasado y empezar a escribir una historia nueva con lo que te quedó. Uno se permite construir una nueva rutina en la que te sientes bien contigo mismo, en vez de andar comparándote con tu vida anterior o con lo que otros muestran en redes.
Lo que hacemos con lo que nos queda
Nos quedamos con que el dinero reduce estrés, compra seguridad, y facilita acceso a salud, educación y tiempo libre. Pero ninguna investigación seria ha demostrado que pueda eliminar los sesgos cognitivos con los que venimos de fábrica. No puede desactivar la adaptación hedónica, ni el sesgo de negatividad, ni cambiar el hecho de que el cerebro humano, aun con todo resuelto, puede sentirse insatisfecho.
Vamos a cerrar pensando que ya entendiste que uno puede tener la habilidad de fabricar la felicidad sintética, y que tampoco hay que hacerlo todo solo. Una de las razones por las que las personas religiosas reportan mayores niveles de felicidad no es solo porque «creen en algo», sino porque participan en prácticas comunitarias que les dan sentido, pertenencia y conexión. De nuevo: tu círculo importa demasiado.
En fin, aparentemente la felicidad no está garantizada por tener dinero, pareja, salud o éxito. La felicidad es una práctica diaria, que se fabrica con muchas cosas, incluyendo gratitud, propósito, apreciación, conversaciones honestas, con aceptar lo que perdiste sin dejar de tirar pa’lante con lo que te queda, y, sobre todo, con buenas personas.
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