- El Brifin
- Posts
- Tu barriga y tu cabeza se hablan
Tu barriga y tu cabeza se hablan
Edición Especial


A lo mejor tú crees que tienes un superpoder cuando tienes ese nudito o sensación rara en el estómago al que llamas «presentimiento». O la sensación de maripositas cuando estás con un aficie. Algunos creen que es algo divino hablándole. En este artículo vamos a ver que, en muchísimos casos, lo que pasa abajo se siente arriba, y lo que pasa arriba también se siente abajo. Para que no te vayas a ir con el amague en malos pensamientos, nos estamos refiriendo la conexión famosa o el eje intestino-cerebro.
Sin complicar mucho las cosas, eso lo que significa es que hay una comunicación constante y de doble vía entre tu sistema nervioso central (cerebro y médula espinal) y todo tu tracto digestivo. Yup, tus tripas y tu cabeza se hablan, todo el tiempo. Y aunque nunca nos damos cuenta porque hablan en secreto, sí notamos luego el resultado de esas «conversaciones»: en cómo usas la energía (tu metabolismo), qué tan bien te defiendes de enfermedades (tu sistema inmunológico), cómo te sientes (tu estado de ánimo), cuándo tienes hambre, y también cómo funciona tu cerebro. Agarra un café y acomódate, que nos vamos a meter más profundo.
¿Cómo se hablan?
Pues como los jabladores del barrio: llevando y trayendo información. Para que te sigas sorprendiendo, una de las razones por las cuales al intestino le dicen el segundo cerebro, es porque también tiene su propio grupo de neuronas. Estas neuronas funcionan como sensores en las paredes del intestino. Detectan si te comiste una pizza, una ensalada, si hay inflamación, si bebiste romo, si se estiró el intestino, etc.
Entonces por otro lado tenemos al nervio vago, que de vago no tiene nada porque es el cable o la autopista donde se comunica la central (el intestino) con la oficina principal (el cerebro). No es que las neuronas viajan por el nervio vago. El nervio recoge la información que las neuronas del intestino procesan y se la manda al cerebro. Y como dijimos antes, también puede llevar mensajes en sentido contrario: del cerebro al intestino.
Tengo deseo de comer pero no es hambre
Tal vez es ansiedad, y la ansiedad no le da al estómago, es al cerebro. Precisamente por eso es que el intestino puede influir en cosas como hacerte sentir más hambre, soltar dopamina o hacerte sentir lleno. Y como dijimos que esta es una comunicación de arriba pa’bajo y de abajo pa’rriba, el cerebro también le manda señales al intestino: para que digiera más rápido, más lento, o para ver cómo manejar el estrés. Ese dolorcito de barriga cuando tienes alguna preocupación, viene de ahí. Hay gente que le da acidez, estreñimiento, de to!
También hay señales que tardan más en llegar porque no usan esa autopista de los vagos. Unas que van por la sangre hasta el cerebro. Las células del intestino sueltan hormonas y péptidos (una especie de mensajeros químicos). Van directo a zonas que controlan muchas cosas, pero una de ellas es el apetito. Por ejemplo, la hormona famosa en la que trabaja el Ozempic y compañía llamada GLP-1 (que también se produce en el cerebro) puede hacer que se te quite el deseo de comer.
¿Quién es el jefe aquí?
El grupo paramilitar llamado microbioma (de cariño también les decimos microbios) Ese tiene que ser el mejor nombre, porque esos trillones de microorganismos que viven en tu intestino son unos terroristas. Y lo grande es que hay que cuidarlos. Pequeños inquilinos que viven ahí sin pagar alquiler, y hay muchísimos más genes en ellos que en ti mismo. No solo te ayudan a hacer la digestión, sino que, pueden hasta fabricar directamente neurotransmisores como la dopamina, la serotonina y el GABA.
Un paréntesis para hablar del GABA, porque es bastante importante. Sirve para frenar la actividad excesiva de las neuronas, o bajarle el volumen al sistema cuando está demasiado activo. Ayuda a que te relajes, duermas bien y no te sientas en modo alarma todo el tiempo.
Seguimos con los microbios
Cada vez que tú comes, ellos también están comiendo. Al comerse lo que tú les das, producen sustancias (que los científicos llaman metabolitos) que tu cuerpo usa para muchas cosas.
Por ejemplo: si comes fibra, ellos la fermentan y sacan de ahí unos ácidos grasos que son buenísimos para reducir la inflamación, para proteger tus órganos y hasta a cuidar tu cerebro.
Y lo más loco: algunas de esas sustancias pueden salir del intestino, meterse en la sangre y llegar hasta el cerebro. Literalmente, hay estudios que muestran que pueden influir en cómo piensas y cómo te sientes. O sea, no es un relajo eso de que lo que comes te puede cambiar el ánimo. Y no estamos hablando de verte mal en el espejo, sino de que tus microbios se alteran cuando les das basura. Y cuando ellos se alteran… tú también.
¿Cómo los puedo cuidar?
No se sabe exactamente qué es un «perfecto» para cada persona, lo que sí se sabe es que debe ser diverso. Mientras más tipos diferentes de microbios tengas, parece que estás mejor preparado para cualquier cosa. Por ejemplo, la mayoría de tus células de defensa están en el intestino. Hay que cuidarlos para que te cuiden.
Con lo que comes (y lo que no)
Hay gente que solo come carne, y si te sientes bien así, perfecto. Pero la ciencia tiene rato diciendo que comer muchas plantas y mucha fibra es clave. ¿Por qué? Porque esa fibra —especialmente la que viene de granos, vegetales y frutas— es la comida favorita de tus microbios buenos. Ellos se la comen y, como resultado, producen sustancias que te hacen bien, como los famosos ácidos grasos de cadena corta, que ayudan a reducir la inflamación y a cuidar tu salud.
Y no es solo comer “fibra”, así en general. Entre más variedad de plantas comas, mejor. No es lo mismo tomarte un polvo de fibra que meterle al plato colores, texturas y tipos de alimentos distintos.
También ayuda comer cosas con microbios vivos como yogur, kimchi, etc. Ojo: busca los que no tengan mucha azúcar. Y para sorpresa de nadie, hay que evitar lo más que se pueda la comida ultraprocesada. Sumamente mala para el microbioma porque tiene azúcares escondidos, grasas malas, emulsionantes y otros aditivos. Bájale al azúcar.
Hay vaina rara
Hasta para el intestino es un problema la soledad. Según la ciencia, tocar, besar, abrazar, y hasta tener mascotas pueden cambiar tu microbioma. Hay estudios que sugieren que la soledad podría relacionarse con menos diversidad microbiana.
No se puede ser taaaaaan limpio con los niños. Estar expuesto desde pequeño a cosas distintas en el ambiente, como jugar en la tierra o tener mascotas, ayuda a construir un microbioma diverso y fuerte.
Hay suplementos de probióticos y prebióticos que se supone ayudan también, pero eso debería indicártelo un médico o buscar estudios que sean específicamente para lo que buscas. Porque pasarse de la dosis tampoco es lo mejor y además esa no es nuestra función aquí. Lo que sí es que siempre será mejor lo que te comes.
No se puede joder tanto
El estrés crónico también ayuda a entender cómo se conectan el intestino y el cerebro. Cuando una persona vive estresada todo el tiempo, el cuerpo entra en modo alarma y empieza a soltar cortisol (la hormona del estrés) junto a otras sustancias. Eso afecta el equilibrio del sistema nervioso y puede hacer que tu intestino se mueva distinto, que produzca menos moco protector, y que hasta cambie la composición de tu microbiota. Un dolor de barriga todo el tiempo. Ahí se vuelve todo un arroz con mango, porque de abajo van señales al cerebro que pueden hacerte sentir peor: más ansioso, más bajito de ánimo, más apagado. Se forma un círculo vicioso: el estrés daña el intestino, y el intestino daña cómo te sientes mentalmente y Jesusantísimo qué lío.
Vamos cerrando
Esto no es una guía médica. Es un intento de entender mejor este eje y cómo cuidarlo. Si tienes dudas o problemas de salud, siempre es lo más inteligente hablar con un médico antes de cambiar drásticamente tu dieta o tomar suplementos. Lo bueno es que te hayas quedado con que la salud mental no depende únicamente del cerebro; la evidencia apunta a que un intestino saludable (y una microbiota equilibrada) contribuyen a un mejor equilibrio emocional y respuesta al estrés.
¿De qué color es tu popó?
Otra cosa difícil de creer: el color de tus heces puede decir más sobre tu salud en general, incluyendo la salud mental. Hay que fijarse en el papel o en el inodoro. El marrón indica equilibrio: buena digestión, microbiota estable y un intestino que no tiene que mandarle alertas al cerebro. Pero si ves verde, amarillo, grisáceo, negro o rojo, la vaina está rara. Verde puede ser estrés; amarillo o gris, problemas para absorber grasas que afectan neurotransmisores como la serotonina; negro o rojo, posibles sangrados o inflamación que, con el tiempo, pueden hasta impactar tu estado de ánimo o la memoria.
Shoutout a Amadita Laboratorio Clínico por su campaña Poop Colors, recordándonos que la salud empieza donde nadie quiere mirar.
Reply